Archive for febrero 2008

Conquistar el mundo… con la música

Posted on 29 febrero, 2008. Filed under: Domingo Medina -Caracas | Etiquetas: , , |

Domingo Medina / Caracas

 

Apenas la semana pasada se anunció que Escocia pondría en marcha para este verano una versión del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. Para los venezolanos esto es motivo de orgullo, por muy distintas razones. Sin embargo, es algo prácticamente desconocido para el resto del mundo. De hecho, cuando le mencioné a Témoris que escribiría sobre este sistema me pidió que le pusiera gancho (o garra, creo), porque –palabras más, palabras menos- leer un rollo sobre las orquestas juveniles de Venezuela daba más o menos hueva (Témoris, perdón por la indiscreción).

 

Vale, da hueva. Sin embargo, aquí va el rollo.

 

En agosto del año pasado, el público asistente a los Proms (los famosos Promenade Concerts, de Londres) le brindó ovaciones de 30 minutos a una orquesta cuya edad promedio era poco más de veinte años: el director, Gustavo Dudamel, con 26 años, era el mayor de todos. El episodio se repitió en Alemania, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, México, España… En Los Ángeles y Nueva York las entradas se agotaban el mismo día que salían a la venta. Simon Rattle, Director de la Filarmónica de Berlín, no se aguantó y se vino a Venezuela a dirigir una orquesta “cuyos músicos no tocaban el piso con sus pies” y que no sólo tocan , sino que también bailan.

 

Los muchachos del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela son considerados unos fenómenos. (Y no es sólo Rattle; Plácido Domingo, por ejemplo, lloró cuando los escuchó en Nueva York. El tenor, entre otros, considera que el futuro de la música clásica está en Venezuela.) También en Venezuela son unas estrellas, especialmente Dudamel, quien no solamente ha sido invitado por Rattle a dirigir la filarmónica de Berlín, sino que en 2006 fue nombrado Director de la Orquesta Sinfónica de Gotemburgo y recientemente Director de la Filarmónica de Los Ángeles.

 

¿Pero quiénes son estos muchachos? Pues, los más de 200 que en 2007 salieron de gira por Europa y el norte de América y recibían ovaciones dondequiera que se presentaban son apenas parte de lo que aquí en Venezuela se conoce como “El Sistema”, la Fundación del Estado para el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, del que participan más de 250.000 muchachos, de los que apenas un tercio ha dejado la adolescencia (los otros están en primaria o van al preescolar). Y tampoco es que sean “hijitos de papá”. Al contrario, la inmensa mayoría proviene de clases populares.

 

Eso en Venezuela, especialmente en ciudades como Caracas, Valencia o Barquisimeto, significa mucho. Porque significa ganarle espacio a la droga, a la violencia, el alcoholismo, la prostitución, la delincuencia y otros males que acechan a los jóvenes en nuestros países. El Sistema fue creado por el maestro José Antonio Abreu en la década de los setenta, pero hoy en día ha superado todos los objetivos y todas las previsiones de Abreu. Desde hace un buen El Sistema fue asumido como política del Estado y hasta en sitios tan recónditos como Río Claro hay niños y adolescentes tocando melodías de Mozart, Beethoven y otros grandes.

 

Son estos muchachitos los que tienen al mundo de la música clásica embelesado. Lástima que eso no de para titulares. Probablemente porque no son niños o jóvenes muy realistas sino más bien soñadores.

Les dejo aquí un videito.

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Pobre Hillary, ¿Qué Va A Hacer?

Posted on 28 febrero, 2008. Filed under: Danae Berumen -Exótico Oriente | Etiquetas: , |

Por Danae Berumen / Koh Samui, Tailandia

A mí la que me preocupa es Hillary: ¿Cómo se va a sentir cuando acepte que ya perdió? Bueno, la verdad es que no sé si será fácil aceptarlo. Yo creo que Obama podría asumirlo bien: es joven, su carrera política tiene todo el futuro, ni él mismo pensó que llegaría tan lejos en esta contienda y no ha sufrido tanto como ella en su aspiración presidencial. Tampoco John McCain, por cierto. Ya sé que luchó en Vietnam, que fue prisionero y lo torturaron, pero eso lo hacía por su país, ¿no?, lo del Poder Ejecutivo le vino después. En cambio Hillary…

Hillary lo ha hecho todo por ser presidenTA (TA, porque lo dice la Cristina y es mujer, digas lo que digas, T.). Primero, casarse con el macho de Bill. Después, soportarlo por décadas: su egocentrismo desmedido, su horrible saxofón, su afición por coleccionar pantaletas… y ésa merece un punto especial, ¡claro!, ¿no aguantó Hillary todo el show de la becaria? ¿No salió sonriente a decir que le creía a él cuando el hombre negó el asunto? ¿No se reía frente a las cámaras de televisión cuando el tipejo afirmó que una arrodilladita de la Lewinsky y una exploración purista de la intimidad femenina no era sexo? Una cosa es perdonarle los deslices a tu hombre (una también los tiene, ¿no?) tras darle un buen apretón de tuercas, y otra muy diferente es sonreír mientras él hace gala de su cinismo en cadena internacional y a lo largo de dos años. Eso, ¡eso!, es sacrificarlo todo por lo que una tiene en el corazón. Más otras cositas, como estar a favor de los palestinos y después de Israel porque Nueva York tiene muchos electores judíos, o apoyar el libre comercio con México y después criticarlo porque a los votantes de Ohio se les fueron muchas fábricas al sur.

Pero aguantar lo de su marido con la Monica es la mayor muestra de amor por la Casa Blanca.

Y ya que hablamos de la Cristina, ella sí que llegó a la Casa Rosada y sin haber sufrido tanto -aunque el Néstor tampoco está para llevárselo a la cama, ella también sacrificó lo suyo. (Y a mí, ¡que también se me reconozca el esfuerzo! Yo podría estar trabajando en una oficina en un décimo piso del Microcentro y saliendo los viernes por la noche con un feo estudiante de derecho que con talento y muchísima suerte alcanzará el poder en 25 años, pero aquí estoy, en una playa del Mar del Sur de China con un surfer de 1.95 y brazos de metal, que nunca será presidente ni dará para una conversación, pero sí que da para no dejarme dormir. ¡He renunciado al poder a cambio de tener sexo en una tabla sobre las olas de Oriente!)

Bueno, decíamos que Hillary lo ha hecho todo por amor de hogar (porque amor a la Casa es amor de hogar, ¿no?, poco importa el color de la mansión.) Y ya perdió. ¡Pobre rubia!, ¿qué va a hacer?

¿Qué vaticinan ustedes, chicos de Mundo Abierto?

1- Va a sonreír como lo hizo cuando lo de Monica (la fuerza de la costumbre), declarará en un discurso que Obama es su candidato y buscará unírsele como aspirante a la Vicepresidencia.

2- Se hartará de sonreír cada vez que un hombre le pasa por encima, le va a hacer la guerra a Obama hasta el final para dividir el Partido Demócrata y hacer ganar a McCain, que a fin de cuentas es el único macho que no le ha hecho nada.

3- Va divorciar a Bill, le va a romper el saxofón en la entrepierna (o la entrepierna con el saxofón) y se va a lanzar como candidata independiente para alertar a sus fellow americans del peligro de que un negro sin experiencia o un viejo sobre-experimentado llegue a la Presidencia.

4- Se va a poner a repartir volantes para Ralph Nader.

5- Va a hacer un retiro espiritista en un rancho de Guanajuato con Martita Sahagún.

6- Se va a venir con Martita a Tailandia para conocer a los amigos de mi Billabong (¡estás invitadísima, Hill! –¡NO, VOS NO, MARTHA, QUEDATE ALLÁ CON TU COWBOY!).

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Los Modernos Predicadores del Capital Español y su Nuevo Intérprete Peruano

Posted on 27 febrero, 2008. Filed under: Javier Távara -Madrid | Etiquetas: , |

Por Javier Távara / Madrid. En estos tiempos en que las grandes fortunas españolas vuelven a tener una importante participación en bienes y servicios de Latinoamérica, parece que reaparecen dos personajes que invariablemente acompañaron a los soldados españoles que invadieron América hace cinco siglos: los frailes predicadores y los intérpretes.

Los frailes participaron directamente en el diseño de las campañas y los intérpretes de lenguas indígenas fueron decisivos para llevar a los invasores a los centros de poder del Nuevo Mundo. La dominación española de las civilizaciones americanas no hubiese sido posible sin su participación. Malinche en México y Felipillo en el Perú, fueron personajes fundamentales para que las tierras regidas por Aztecas e Incas pasaran a manos españolas en el primer tercio del siglo XVI. Los frailes fueron bien recompensados. Los intérpretes hicieron un pésimo negocio. Derrotados Moctezuma y Atahualpa, los más poderosos soberanos americanos, los aliados indígenas fueron igualmente relegados a la condición de siervos.

Los grandes propietarios de España de nuestros tiempos, como los de antaño, también tienen sus predicadores. Los de ahora han estudiado la carrera de Periodismo o de Derecho y lanzan sus soflamas desde la radio de los obispos y desde portales de internet. Ya no son los fanáticos frailes obsesionados con la extirpación de idolatrías. Los predicadores de ahora van con el dogma de que no hay salvación fuera de Occidente y la globalización. Su más destacado representante es el ex presidente español, José María Aznar, quien recientemente ha hecho profesión de fe en Israel: «Yo creo en Occidente«, argumentó. «No hay ninguna alternativa mejor. No quiero ser protegido por los chinos, ni controlado por los rusos, ni dominado por el islam. Y creo que Israel es parte integrante de Occidente. Los que no piensan así o están simplemente equivocados o son derrotistas«.

Y para cerrar el círculo de esta historia, el Perú tiene un nuevo Felipillo. El presidente Alan García ha soltado una frase para la posteridad, con ocasión de su visita a Madrid, a mediados del pasado mes de Enero. Nada más ser recibido en el Aeropuerto de Barajas, pidió a los políticos y empresarios españoles «el regreso de Colón en forma de inversiones«.

Dicha por el Presidente de los peruanos, la ‘perla’ del Colón inversor y sus carabelas españolas no tiene desperdicio, tomando en cuenta que tras tres siglos de dominación española la población indígena del antiguo Perú pasó de 10 millones a alrededor de un millón.

Tras el estrepitoso fracaso del primer gobierno de un jovencísimo Alan García de retórica antiimperialista, hoy en día el presidente peruano ha hecho las paces con Mario Vargas Llosa y se empeña en parecer -por si alguien lo duda- el más concienciado seguidor de la ortodoxia económica. García se ufana de haber firmado un TLC con Estados Unidos y ahora propone que el Perú negocie otros tratados de libre comercio con la Unión Europea, al margen de sus socios de la Comunidad Andina. Afirma que sus vecinos ecuatorianos y bolivianos son unos ‘belicosos’ y ‘desordenados’ que no creen en el libre comercio. El presidente peruano pretende la explotación por inversores extranjeros de todos los recursos naturales del país, selva amazónica incluida, al tiempo que critica duramente a todos los que se oponen a su explotación por razones ecológicas o socioeconómicas, diciendo que son comunistas desfasados que actúan como el perro del hortelano.

Sin entrar en el debate de qué modelo de desarrollo es el mejor, lo que resulta irritante de Aznar y de García, es su forma de exponer su política económica como si fuera dogma y su desprecio absoluto a los que no comparten su ideario.

Y el problema principal es que la cruda realidad se empeña en llevarles la contraria. Solo hace falta darse una vuelta por Lima para ver las tremendas contradicciones del modelo económico ortodoxo y globalizado que nos están vendiendo. Pocas ciudades del mundo ofrecen tantos contrastes. En los barrios ricos se concentran edificios vanguardistas, hoteles de lujo, restaurantes de diseño que sorprenden a los visitantes con la espléndida gastronomía peruana y centros comerciales de estética hollywoodense. Subiendo hacia los cerros, la pobreza enseña su cara más brutal. Allí se aglomeran millones de limeños sin servicios esenciales como agua corriente o electricidad. Y la pobreza en las zonas rurales del país es mucho más severa.

Los indicadores macroeconómicos indican que el Perú crece de forma boyante con un índice tan alto que los más optimistas hablan del milagro peruano. La realidad es más complicada y el último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, indica que el Perú retrocede algunos puestos en el índice de desarrollo humano. ¿Qué ocurre? La economía crece, pero también se acrecienta la desigualdad, aumenta la brecha entre ricos y pobres.

Y es que aunque los actuales predicadores e intérpretes digan que la economía de mercado es la panacea, la realidad se empeña en contradecirles. Esto les pasa por no predicar el paraíso extraterreno.

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Exxon vs Chávez

Posted on 26 febrero, 2008. Filed under: Témoris Grecko | Etiquetas: , , |

Por Témoris Grecko / Ciudad de México

La «maldición de los recursos» o «paradoja de la abundancia» explica el extraño fenómeno de que muchos países que son ricos en recursos naturales tienden a tener menor crecimiento que otros países similares que son pobres en recursos. Entre 1965 y 1988, por ejemplo, el producto interno bruto per capita en los países miembros de la OPEP decreció en 1.3%, mientras que el promedio del resto del Tercer Mundo fue de un crecimiento de 2.2%. El problema es que la disponibilidad de tales riquezas suele generar un conjunto de efectos que termina por provocar pobreza y conflictos sociales. Para efectos de este artículo, sólo mencionaré dos.

Bajos impuestos y mala democracia: El control de las riquezas le da al gobierno una fuente de ingresos que: a) le permite no depender de los impuestos de los ciudadanos, por lo que los impuestos son bajos; b) los ciudadanos tienen poca influencia en el gobierno porque pagan pocos impuestos y el gobierno se torna autoritario; c) el gobierno tiene, además, recursos para dilapidar y comprar personas y grupos sociales; d) los ciudadanos y las empresas se acostumbran a pagar bajos impuestos y a evadirlos (como hemos visto con la reacción que generó en México –un país con tasas tributarias bajas y alta evasión– la decisión de crear un nuevo impuesto, motivada por la drástica caída de sus reservas petroleras).

Daño a la moneda y a la competitividad: grandes flujos de divisa extranjera (dólar) sobrevalúan la moneda; esto hace que otras exportaciones pierdan competitividad; los productos nacionales se vuelven muy caros y aumentan las importaciones; las industrias locales pierden mercados y muchas desaparecen; al gobierno no le importa, porque sus ingresos parecen garantizados; en general, la nación confía en que la abundancia del recurso natural es una garantía de por vida; hasta que la situación cambia y la economía en general se desploma. Esto le ocurrió a América Latina en los años ochenta y causó las tremendas crisis que bien conocemos.

Esto es precisamente lo que está pasando en Venezuela, un país que depende del petróleo, como sabemos. Durante los 80, con la crisis, en México se abrió un intenso debate sobre la despetrolización de la economía, o sea, generar actividades alternativas que eliminen la dependencia de un solo recurso. Esto condujo a que el peso del petróleo en las exportaciones bajara del 61.6% que representaba en 1980 al 7.3% de 2000 (aunque los ingresos fiscales siguen siendo petroleros en un 40%). Los gobiernos venezolanos nunca se han preocupado por despetrolizar su economía. El petróleo representa el 80% de sus exportaciones. Las industrias venezolanas son insignificantes. Los venezolanos están demasiado acomodados a la situación y pagan medio dólar por litro de gasolina. Un académico de la Universidad Central con el que hablé descartó de plano que la gallina de los huevos de oro se les pudiera enfermar y no cree que sea necesario hacer nada para darle alternativas a la economía. Creo que ésa es la opinión general. Como lo era en México en los 70.

Chávez tampoco va a hacer nada por la economía. En lugar de eso, la sigue estrangulando con controles de precios que revientan a los productores y generan escasez. Y mete a la gallina en problemas con una mala gestión del recurso (la deuda de Petróleos de Venezuela -PDVSA- aumentó cuatro veces durante su gestión, mientras que las políticas de la compañía abaratan precios a cambio de pronto pago –hace falta cash) y expropiaciones mal hechas. Tanto que ExxonMobil, a la que se le quitó importantes concesiones, obtuvo recientemente la congelación de 12 mil millones de dólares de PDVSA. El gobierno afirma que está bombeando 3 millones de barriles diarios, pero la OPEP dice que son 2.5 millones, mientras el consumo energético de los venezolanos aumenta.

Desde mi punto de vista, no es sólo Chávez el que tendría que darse cuenta de la manera de poner en peligro el recurso básico de su país y de la necesidad de crear un sector económico no petrolero. También los venezolanos que lo votan. Y los que no, además, porque él sólo está continuando lo que quienes están ahora en la oposición hicieron cuando tenían el poder. La gran oferta de campaña del último candidato único opositor, Manuel Rosales, en 2006, fue darles a los venezolanos una tarjeta de débito que se llenaría mensualmente con recursos provenientes de la venta de petróleo. (Y aún así acusan a Chávez de populista.) Ya veríamos cómo convencerían entonces a la gente de que hay que trabajar.

Lo que sí está haciendo Chávez de manera diferente es violar los acuerdos con las compañías extranjeras y lanzar amenazas estúpidas de que va a dejar de venderle a Estados Unidos (¿cuántas veces lo ha dicho ya?; si pudiera hacerlo, lo habría hecho, pero sabe que eso es estrangular a la gallina y perder el poder). Si algo le demostró el referéndum que perdió, es que hay límites y hay formas, ya no puede hacer y deshacer con el desparpajo y la agresividad con que actuaba antes. Y ahora, con la congelación de esos 12 mil millones, ya está viendo que tiene que irse con más cuidado. Por muchos votos que se tenga, uno no puede estarse saltando las leyes así como así. Supongo que algo aprenderá.

Pero aquí vamos a la segunda parte de este artículo: ¿quién es la pobre víctima?

ExxonMobil, la compañía petrolera más grande del mundo (400 mil millones de dólares en ventas en 2007) y también una de las empresas más brutales y deshonestas que hay. Fue formada en 1999 por la fusión de Mobil y Exxon, que a su vez son herederas de la Standard Oil, una compañía que fue dividida por un juez hace un siglo, como resultado de sus abusos. O sea, ni cambiaron ni aprendieron.

Las prácticas nefastas de estas compañías no han cesado jamás. Pero vamos a dar unos pocos ejemplos recientes de la empresa fusionada.

Está asociada con varios de los regímenes más sangrientos del mundo. De poco sirve lo que hace Occidente para promover la democracia y los derechos humanos si permite que sus grandes compañías financien a los dictadores y a los torturadores. En Nigeria, financia al ejército y a los grupos paramilitares que masacran a los pobladores del Delta del Níger. En Guinea Ecuatorial, el temible asesino y caníbal Teodoro Obiang se embolsa los ingresos de las concesiones que da a ExxonMobil y otras empresas y lo que sobra lo usa para reprimir a su gente. La revista Forbes expuso cómo dio cientos de millones de dólares al corrupto presidente angoleño José Eduardo dos Santos. En Asia Central también va por ahí y dio sobornos millonarios al dictador de Kazajstán. En Irak, por supuesto, ExxonMobil fue uno de los cabilderos más activos para promover la invasión y así apoderarse de una parte del petróleo iraquí. Desde 2001, esta empresa está en juicio en EU acusada de complicidad en violaciones de derechos humanos (tortura, asesinato y abuso sexual) cometidos por el ejército indonesia contra la población de Aceh (la región que sería después devastada por el tsunami de 2004). Entre muchas otras perlas por el estilo.

En cuanto al calentamiento global, mientras otras firmas por lo menos hacen relaciones públicas para demostrar su preocupación por el problema, ExxonMobil ha donado millones de dólares a organizaciones dedicadas a financiar la negación del asunto. En Estados Unidos, durante casi todo el gobierno de Bush, la gente que ha tratado de generar conciencia sobre el impacto humano en el cambio climático fue ridiculizada y marginada por gente como la que pagó ExxonMobil, hasta que la razón por fin se impuso. Pero todos ésos son años perdidos.

Otra de las gracias de esta empresa tiene que ver con la ecología. Por ejemplo, el terrible accidente del buque-tanque Exxon Valdez en 1989, que derramó 11 millones de galones de combustible (el mayor derrame del mundo) en Alaska y por lo que ExxonMobil todavía se niega a pagar compensaciones.

En fin. Son sólo algunos ejemplos. Por supuesto, dado el enorme cinismo con que se maneja, no debe sorprendernos que ExxonMobil se haga la víctima en su pleito con Chávez. Y probablemente tenga una base legal sólida para su demanda. Lo curioso es que, una vez más, quienes se quejan por haber padecido los abusos de Chávez son nada menos que los pandilleros del barrio: ExxonMobil, todos sus directores actuales y los pasados tendrían que ser llevados a juicio por una larga lista de violaciones; RCTV, la televisora venezolana a la que Chávez sacó del aire, fue cómplice activa de un intento de golpe de Estado que costó vidas humanas y que habría tenido consecuencias mucho más graves si no hubiera sido detenido; mientras que el presidente colombiano Álvaro Uribe, que acusa a Chávez de ser amigo de la guerrilla, promovió un proceso de paz con los grupos paramilitares que han dejado a miles de torturadores y asesinos impunes, que estaban asociados a gente cercana a él y que posiblemente tenían vínculos con él mismo.

No podemos dejar de señalar que Chávez se pasa de la raya. Pero tampoco que sigue contando con una legitimidad democrática, mientras que RCTV y ExxonMobil carecen de la legitimidad ética a la que se aspira en democracia. O Chávez sabe escoger a sus enemigos o los pandilleros en verdad le tienen ganas a Chávez.

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Luces, Cámara, Acción… Y Yo en Chanclas

Posted on 25 febrero, 2008. Filed under: Eileen Truax -Los Ángeles | Etiquetas: , |

Por Eileen Truax / Hollywood

Sábado en la mañana: abres el refrigerador y se acabó la leche, así que te pones lo primero que encuentras y sales a la tienda de la esquina. De pronto, el pánico: una fila larga de limosinas hasta la esquina y un montón de mujeres rubias en todas sus variantes caminando por la calle en tacones plateados a las nueve de la mañana. Dios mío, y yo en chanclas.

La situación no debería agarrarme desprevenida. Desde hace cuatro años vivo en el barrio más famoso de Los Ángeles, para algunos tal vez del mundo: el glamoroso Hollywood. Un área de la ciudad ubicada al pie de las montañas que tienen sobre ellas el famoso letrero con el mismo nombre, que en 1911 recibió a su primer estudio cinematográfico, en 1913 se vio su primera filmación bajo la dirección del cineasta Cecil B. de Mille, y en las décadas siguientes vería florecer la industria hasta llegar a la época dorada de los años 1950 y 1960.

Sin embargo las cosas cambiaron en las décadas posteriores, y con la retirada de los principales estudios a otras ciudades, como la vecina Burbank del otro lado de las montañas, Hollywood dejó de ser la meca geográfica del cine americano. En las décadas de los setenta y ochenta se convirtió en un centro de producciones baratas, distribución de drogas y prostitución, y en los noventa pasó por un proceso de recuperación que permitió su surgimiento como un vecindario más o menos ordinario de clase media en la zona noroeste de la ciudad.

Hollywood hoy está habitada por una población diversa, 60% de la cual es de origen hispano. En su área sureste viven familias trabajadoras en pequeñas casitas o condominios, mientras que la zona noroeste es la parte histórica del barrio: el Paseo de la Fama, con sus estrellas rosadas en el piso; el Teatro Chino, el Teatro Kodak, el Hotel Roosevelt, las tiendas de souvenirs, edificios que en su momento fueron habitados por gente “del medio” y por aspirantes a estrellas –algunos de los cuales lo lograron. Pero también hay decenas de edificios de apartamentos donde viven jóvenes y no tan jóvenes que aspiran a colocarse en la industria; hay algunos músicos, periodistas, diseñadores, muchos estudiantes y muchos extranjeros en busca del sueño americano. Los mismos que sacan a pasear a sus perros en bata, los que salen a la esquina a comprar la leche o buscan un lugar para estacionar su auto, como en cualquier otro vecindario. Y entonces se topan con los preparativos para la ceremonia del Oscar.

Todo empieza un par de semanas antes: autos de la policía patrullan la zona, mientras grúas, camiones con equipo y con enseres escenográficos arriban a Hollywood Boulevard, la calle sobre la que se ubica el Teatro Kodak. Uno sabe que ya sólo falta una semana porque los helicópteros sobrevuelan la zona día y noche, con más frecuencia conforme se acerca la fecha del evento, cada vez más bajo durante las noches. Si algún vecino tiene la suerte de vivir en un apartamento cuya ventana da a la calle, debe evitar andar sin ropa en casa porque nunca se sabe de dónde saldrá una cámara. Si uno sale a comprar el periódico, más vale ir bien peinado: muy probablemente en algún punto del recorrido un reportero y/o camarógrafo de Taiwán, Barcelona, Cartagena o Budapest estará grabando algún reporte con información previa a la ceremonia, leyendo los nombres de los nominados o especulando sobre el clima para el gran día.

Los Oscar se entregan en domingo. Un lunes antes, la calle se cierra para empezar a instalar la alfombra roja, cuya extensión va de una acera a la otra a lo largo de toda una cuadra. Líneas de gradas se instalan en un extremo, en donde se sentarán personas del público que fueron sorteadas a través de una página de internet meses antes. Del otro, las estaciones de televisión arman los pequeños escenarios donde sus conductores entrevistarán a los actores a su llegada. Marañas de cables se enredan a lo largo de la calle y sobre las aceras. Y para los que caminamos sobre ellas, un par de calles nada más para ir al metro, el recorrido se vuelve una prueba de destreza y buenos reflejos mientras uno oye los «sorry for the inconvenience» de los organizadores.

Salir en auto es más temerario aún. Tal vez logres salir de tu casa, pero conforme pasen los días te será más difícil regresar. Si tienes un familiar que viva en otro lado, lo mejor es ir a quedarte con él. Dos días antes la mayoría de las calles a la redonda tienen una prohibición para que haya autos estacionados en la calle, así que si no cuentas con un lugar en tu edificio para hacerlo, buena suerte. El día del evento debes comprobar de alguna manera que vives donde vives para que te dejen pasar.

Lo curioso de esto es que ninguno de los vecinos tiene ni una remota posibilidad de participar en el asunto. Para cruzar por donde se está instalando el numerito hay que tener una acreditación que obviamente, sólo los involucrados tienen (y las rubias en tacones que asisten a los varios eventos previos durante toda esa semana). Tal vez te quieras dar una asomadita, sólo para ver cómo se ve, pero no puedes; debido al elevadísimo costo que pagan quienes compran los derechos de la transmisión, toda el área que abarca el campo visual de las cámaras es bordeada por mallas de metal de más de dos metros de altura forradas con plástico negro, y ni estirando el cuello puedes ver los preparativos, ni a los periodistas, ni a Johnny Depp con su esmoquin negro al momento de llegar.

El resto del año vivir en Hollywood es divertido. Cuando paso frente al Teatro Chino, rumbo al Metro, suelo saludar a los Hombre Araña, Dart Vader y Bob Esponja que buscan tomarse una foto con los turistas. Y por muy mal humor que tengas al levantarte, caminar sobre los nombres de Groucho Marx, Pedro Infante y Elton John termina poniéndote de buenas. Pero durante el último domingo de febrero para los que vivimos aquí, a dos cuadras del Kodak, la mejor manera de pasar la tarde es quedarnos en casa, prender la tele y disfrutar de la entrega acostados en un sillón, tal como lo harán los espectadores de Taiwán, Barcelona, Cartagena o Budapest.

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Pedir Perdón / Saying Sorry (una australiana, su nación y los aborígenes)

Posted on 22 febrero, 2008. Filed under: Invitados | Etiquetas: , , |

Por Vivienne Stanton

(Please, see original English version below.)

Hay un parquecito detrás de la casa donde viven mis padres, que a veces se convierte en sitio de acampar para grupos de aborígenes que vienen de fuera de la ciudad. Muchos prefieren dormir al descubierto, bajo las estrellas, que en hoteles u otro tipo de alojamiento. Se sientan en el césped, bajo las tupidos higueras Morton Bay, bebiendo, riendo y tocando música en un estéreo portátil. A veces, cuando han bebido demasiado, sus gritos hacen eco en el parque. Hay peleas. Sus sombras ruidosas sacuden el silencio del suburbio australiano; rompen como las tranquilas casas de clase media alta y las vallas blancas que los rodean. A veces, la policía los hace marcharse, pero ellos regresan.

Los vecinos mantienen la distancia. Para la mayoría, es lo más cerca que han estado de un aborigen de verdad (son menos del 2% de la población y viven sobre todo en áreas rurales, fuera de la ciudad). Su presencia refuerza el apartheid informal y callado que existe en la sociedad australiana entre aborígenes y blancos. La gran mayoría prefiere no pensar acerca del hecho de que en un país tan rico y próspero como Australia, nuestra gente originaria vive en un estado de pobreza, enfermedad y desorden que suele estar reservado para los países en desarrollo. Alcoholismo, aspiración de gasolina, males de los riñones, padecimientos mentales, diabetes, abuso infantil, violación, violencia doméstica… Las tragedias de la sociedad aborigen son la gran y silenciada vergüenza de nuestra nación, como un pariente enfermo cuyo nombre se menciona sólo en susurros.

La semana pasada, esos susurros se convirtieron en un clamor general, cuando el nuevo primer ministro australiano, Kevin Rudd, en su primer acto en el parlamente desde su elección en noviembre, presentó disculpas al pueblo aborigen.

A las 9 de la mañana del 13 de febrero, en lo que desde entonces se conoce como «Sorry Day», el nuevo primer ministro se puso de pie frente a cientos de espectadores y dijo la sencilla palabra que el pueblo aborigen había estado esperando escuchar por generaciones.

De manera específica, pidió disculpas por uno de los periodos más nefastos de la historia australiana, entre los años 20 y 70 del siglo pasado, en que decenas de miles de niños aborígenes fueron arrebatados a sus padres y enviados a misiones religiosas y orfanatos en un intento de darles una educación «blanca» y, en el caso de los de raza mezclada, de borrar su negritud. Esta política pública es considerada ahora como inhumana, y aquellos que fueron afectados, conocidos como «Las Generaciones Robadas», han demandado desde hace mucho tiempo que se les presenten excusas. Esto es algo que los gobiernos anteriores (temerosos de que fuera considerado una admisión de culpabilidad y que diera lugar a exigencias de compensación económica) había rechazado hacer.

El miércoles lo consiguieron. «Por el dolor, el sufrimiento y el daño a estas generaciones robadas, sus descendientes y por sus familias que quedaron atrás, pedimos perdón», dijo Rudd.

Pasó entonces a detallar las injusticias e indignidades apiladas sobre los aborígenes desde que llegaron los primeros colonos blancos a Australia, hace 220 años. Pero fue la palabra «perdón» la que motivó la respuesta más fuerte en la multitud de 3,000 personas que se había reunido en los jardines del parlamento. Festejaron, silbaron y ondearon banderas. Lloraron y se abrazaron. A lo largo de todo el país se repitieron estas escenas frente a las pantallas gigantes sobre las que se proyectaron los sucesos, en grandes ciudades desde Perth en el oeste y Sydney en el este hasta Melbourne, en el sur. Hubo una exhalación casi tangible, un suspiro colectivo de alivio, mientras millones de televidentes de ojos lacrimosos lo miraban en sus casas.

Fue, escribió el periodista Paul Kelly en una columna para el periódico The Australian, «un acto esencial de contrición y un evento de confesión único para el alma australiana».

No fue sólo una petición de disculpas para una generación robada, sino para una raza entera. Fue pedir perdón por los errores del pasado, por no haber manejado las cosas bien; por la vergüenza y el daño causado, y por el sufrimiento de otros. Fue un acto de compasión, más allá de la responsabilidad, una mano extendida, una sensación de que el que sufre no está solo.

Todavía falta mucho para hacer una diferencia en los problemas que enfrentan los aborígenes, para desenmarañar los años de destrucción y los complejos retos que enfrenta un pueblo cuyos valores, añejos y semi-nomádicos, son incompatibles con los del mundo desarrollado. Algunos podrían decir que pedir disculpas no va a ayudar a que se alejen del alcoholismo, paren de pelear, dejen de malgastar los millones de dólares que cada año fluyen hacia las comunidades aborígenes desde los departamentos gubernamentales. Más que nada, decir perdón es un acto simbólico. Pero los símbolos son importantes.

Hay muchas vergüenza: entre el pueblo aborigen, entre los australianos blancos por la manera en que el pueblo aborigen ha sido tratado durante años de dominio blanco, y por la manera en que ahora viven entre nosotros en enfermedad y miseria, ensuciando la imagen que tiene la nación de sí misma como «el país afortunado», recordándole su fracaso, su inhumanidad, sus imperfecciones. Pedir perdón no puede borrar todo eso. Pero puede ayudar a aliviar la vergüenza, y eso, para mí, es una buena manera de comenzar.

Vivienne Stanton radica en México y acaba de regresar de su natal Australia. Esta es su segunda colaboración especial para Mundo Abierto. Traducción de Témoris Grecko.

Más sobre este tema en nuestra revista-blog: Australia Aborigen: Las Generaciones Robadas y Aborígenes en Australia: Pedirles Perdón o Dejarlos Solos.

SAYING SORRY

By Vivienne Stanton

There’s a small park behind the house where my parents live, which sometimes becomes a camping site for groups of Aborigines visiting from out of town. Many prefer to sleep outside, under the stars, than in hotels or other sorts of accommodation. They sit on the grass under the leafy Morton Bay Fig trees, drinking, laughing and playing music on a portable stereo. Sometimes, when they’ve drunk a little too much, their shouts echo through the park. Fights break out. Their noisy shadows shatter the silence of Australian suburbia; incongruous with the genteel, upper middle-class homes and white picket fences that surround them. Sometimes the police remove them, but they keep coming back.

The neighbours keep their distance. For most, it’s the closest they’ve come to an actual Aborigine (they make up less than two percent of the population, and live mostly in rural areas outside cities). Their presence reinforces the unspoken, informal apartheid that exists in Australian society between Aborigines and white Australians. The great majority prefer not to think about the fact that in a country as rich and prosperous as Australia, our earliest people live in a state of poverty, disease and disarray usually reserved for developing countries. Alcoholism, petrol sniffing, kidney disease, mental illness, diabetes, child abuse, rape, domestic violence – Aboriginal society’s woes make up the great, unspoken shame of our nation, like a sick relative whose name is mentioned only in hushed tones.

Last week, those hushed tones turned into a general roar, as Australia’s new Prime Minister Kevin Rudd, in his first act of parliament since he was elected last November, apologised to the Aboriginal people.

At 9am on February 13, on what has since become known «Sorry Day», the new prime minister stood before thousands of onlookers, and said the one simple word Aboriginal people have been waiting to hear for generations.

Ostensibly, the apology was for one of the darkest periods of Australian history, from the 1920s until the 1970s, in which tens of thousands of Aboriginal children were taken from their parents and sent to missions and orphanages in an attempt to bring them up «white», and in the case of half-castes, to erase their «blackness». The policy is now discredited as inhumane, and those affected, known as «The Stolen Generations» have long demanded an apology, something previous governments-wary of admitting guilt and therefore sparking claims for compensation-have refused to give.

On Wednesday they finally got it. «For the pain, suffering and hurt of these stolen generations, their descendants and for their families left behind, we say sorry,» Rudd said.

He went on to outline the injustices and indignities heaped on Aborigines since white settlers first arrived in Australia 220 years ago. But it was the word «sorry» that drew the biggest response from the 3,000-strong crowd who had gathered on the lawns of parliament. They cheered, whistled and waved flags. They cried and hugged. There were similar emotional scenes around the country as giant screens broadcast the proceedings in major cities from Perth on the west coast to Sydney in the east and Melbourne in the south. There was an almost tangible out-breath, a communal sigh of relief, as millions of teary-eyed viewers watched on their TV screens.

It was, journalist Paul Kelly wrote in a column for The Australian newspaper, «an essential act of contrition and a uniquely confessional event for Australia’s soul.»

This was not just an apology to a stolen generation, but to an entire race. It was sorry for the mistakes of the past, for not having handled things better. It was sorry for the shame and hurt, and for the suffering of others. It was an act of compassion, regardless of responsibility, an outstretched hand, a sense that the one suffering is not alone.

There is still much to do to even to make a dent into the problems Aboriginal people face, to unravel the years of destruction and the complex problems of a people whose ancient cultural and semi-nomadic values are so incompatible with those of the developed world. Some could say saying «sorry» won’t help them stop drinking, stop fighting, stop misspending the millions of dollars that each year flow into Aboriginal communities from government departments. More than anything, sorry is a symbolic act. But symbols are important.

There is so much shame – shame among Aboriginal people, and shame among white Australians for the way Aboriginal people have been treated through successive years of white rule, and shame for the way they now live among us in sickness and squalor, tarnishing the nation’s vision of itself as a «Lucky Country», reminding it of its failure, its inhumanness, its imperfections. Saying sorry cannot erase those things. But it can help to heal the shame, and that, to me, is a good place to start.

Vivienne Stanton lives in Mexico and is just back from her native Australia.

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La paz en Colombia: un anhelo, muchos caminos

Posted on 21 febrero, 2008. Filed under: Domingo Medina -Caracas | Etiquetas: , , |

Domingo Medina / Caracas

El ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Kouchner Bernard, se encuentra de visita por tierras colombianas y venezolanas. Su objetivo es insistir en la necesidad de de una solución humanitaria en el tema de la liberación de los rehenes en manos de las FARC, contando siempre ‘con la importante mediación del presidente Chávez y la senadora colombiana, Piedad Córdoba’, según ha dicho, insistiendo en la posición francesa de considerar a Chávez y Córdova como actores de primer orden para alcanzar una solución al conflicto colombiano.

Lo mismo piensan las FARC, que hace varias semanas anunciaron la liberación de otros tres secuestrados. Claro, siempre y cuando intervengan Chávez y Córdova. Ese proceso de liberación, según ha anunciado el presidente venezolano, se desarrolla “sin prisa, pero sin pausa”.

Luego de la liberación de Clara Rojas y Consuelo González el presidente Chávez pidió que a las FARC se las sacaran de las listas de organizaciones terroristas y se le reconociera estatus de beligerancia. En su opinión, ello contribuiría grandemente a la negociación de la paz. La petición no fue secundada por ningún otro gobierno, si bien el presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha declarado que su país nunca ha considerado a las FARC como grupo terrorista. Es de esperar, entonces, que una vez finalizada la liberación de los otros tres secuestrados Chávez insista en su tesis.

Por supuesto, también es de suponer que el gobierno colombiano rechace nuevamente la petición. Entre otras cosas, porque hacerlo implicaría ceñirse a los tratados que rigen los conflictos armados, tanto internacionales como internos. El Derecho Internacional Humanitario (DIH) establece que la calidad de beligerante se reconoce a ejércitos, milicias y cuerpos de voluntarios que: 1) tengan a la cabeza una persona responsable por sus subalternos; 2) tengan una señal como distintivo fijo y reconocible a distancia; 3) lleven las armas ostensiblemente; y 4) se sujeten en sus operaciones a las leyes y costumbres de la guerra.

Es decir, el reconocimiento del estatus de beligerancia a las FARC obligaría al Estado colombiano a sujetarse a las normas del DIH, que entre otras cosas regula lo relativo al trato que se debe dar a los prisioneros de guerra, a los heridos y enfermos, los medios de hacer daño al enemigo, y las condiciones para la negociación de armisticios y/o acuerdos de paz. Y es allí donde Colombia no quiere llegar.

Por supuesto, el reconocimiento de beligerancia a un grupo implica que dicho grupo es sujeto de derecho internacional y podría entablar relaciones digamos semidiplomáticas con los gobiernos que lo reconozcan. Muchos analistas han insistido en que ese grupo –las FARC, por ejemplo- debe controlar parte del territorio y ejercer autoridad en él. Ser una especie de gobierno de facto sobre una parte del territorio. Sin embargo, no es lo que señala el DIH, al menos expresamente; lo que si establece el DIH es que el grupo armado ejerza control sobre una parte del territorio de manera que le permita realizar operaciones militares sostenidas y concertadas.

Otro camino es la Ley 782 de 2002, “por medio de la cual se prorroga la vigencia de la Ley 418 de 1997,  prorrogada y modificada por la Ley 548 de 1999 y que contiene, según su artículo 2º, “disposiciones para facilitar el diálogo y la suscripción de acuerdos con grupos armados organizados al margen de la ley para su desmovilización, reconciliación entre los colombianos y la convivencia pacífica”. Esta ley le otorga al presidente de Colombia la dirección de todo proceso de paz.

Los dos caminos –el reconocimiento de beligerancia a las FARC y la Ley 782 de 2002- son opciones muy válidas para buscar la paz. Las FARC apuestan por una y el Estado colombiano por otra porque en ambos casos hay mayores garantías para ellos. La ley, como se he mencionado, le otorga al presidente la dirección del proceso, de la cual no gozaría si se viese envuelto en una negociación producto del reconocimiento de la beligerancia de las FARC. Esto último implicaría una participación internacional que Colombia, según ha demostrado, no está dispuesta a tolerar más allá de una facilitación.

Claro que también queda el camino militar, pero salvo algunos furibundos defensores de esta postura en el seno del ejército y el gobierno colombiano –incluyendo al presidente-, no es una opción muy bien valorada ni garantiza resultados a corto plazo, aparte de dejar un saldo de devastación y muerte que nadie podría desear.

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El Submarino y el Absurdo en Derechos Humanos

Posted on 20 febrero, 2008. Filed under: Alejandro Pérez Corzo -D.F. |

Por Alejandro Pérez Corzo / Ciudad de México

Hace unos días Goerge W. Bush anunció enfáticamente, con la simple y sencilla justificación de ser legal, que las fuerzas de seguridad e inteligencia de los Estados Unidos seguirían usando la «técnica de interrogatorio» denominada por ellos «ahogamiento simulado» y que los más rústicos agentes de la seguridad del Estado Mexicano hubieren «bautizado» en la década de los setenta con el nombre de «submarino». La técnica consiste en sumergir la cabeza del sujeto a interrogar en un balde de agua hasta el punto en que sienta que está a punto de morir ahogado para inmediatamente sacarlo del agua y darle la «oportunidad de cooperar con la justicia». Lo anterior penosamente no es nuevo ni sorprendente viniendo de quien viene.

Los acontecimientos del 9-11 y posteriores han dado la oportunidad a determinados grupos y sujetos para acotar a su antojo los derechos humanos fundamentándose en el miedo y en el orden jurídico novedoso emanado del mismo.

Pero todo lo anterior, pese a que invita a un debate intenso, no es el objeto de estas líneas, solo lo uso como punto de partida para la reflexión sobre una deficiencia común en la discusión sobre la protección de los derechos humanos enfrentada contra otros valores que las sociedades deciden defender y sopesar contra los primeros a causa de algún fenómeno social determinado, llámese delincuencia, terrorismo, etc.

El defecto en cuestión es la falta de información con la que se llega a los debates sobre la protección o no de determinado derecho fundamental por encima de otros bienes jurídicos tutelados. Me explico, antes de discutir si el «submarino» debe aplicarse o no, es necesario saber si sirve, saber cuántas vidas ha salvado esta técnica y porqué, si cuantitativa y cualitativamente se considera mejor que otras menos brutales. Primero la información y luego la discusión. No se puede hacer un juicio sobre que valor es más relevante para una comunidad sin información, si el «submarino» sirve (que me atrevo a dudarlo) y se cuantifica cuantas vidas potencialmente ha salvado entonces como comunidad se habrá de discutir que bien jurídico tutelado vale más, el derecho a no ser torturado o el derecho a la vida potencialmente amenazado por los terroristas, pero si se demuestra que no sirve, o no sirve más que otras técnicas, pues entonces ni siquiera cabe la discusión, no al submarino y ya.

Otro ejemplo útil es la reciente propuesta de un legislador local de la Ciudad de México consistente en castrar químicamente a los violadores. El debate comenzó de inmediato, de un lado los defensores de los derechos de las víctimas de otro lado los de los derechos del violador quien en cualquier caso es humano. Al margen de todos los argumentos de ambas partes en muchos casos dignos de consideración, una vez más se inició un juicio de valores, los derechos de las víctimas frente a los de los victimarios sin haber agotado el paso previo. ¿Sirve la castración química? Los muy pocos estudios al respecto parecen señalar que no, la violación no es una situación de placer sexual sino de poder, por lo tanto los violadores aun castrados químicamente arremeten contra sus víctimas evolucionando a otros tipos de violencia sexual diversos a la penetración de la que no son capaces. Sin saber si sirve o no, ¿Para qué discutirlo?

Un ejemplo más es el debate constante, que aunque no es nuevo, fue atizado por la presencia de la Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México respecto a la cotidiana presencia del Ejercito Mexicano en el combate de la delincuencia, el ejército en tareas civiles vamos. Otra vez la misma carencia analítica en el debate, no se puede discutir lo que no se conoce. ¿Ha servido la ayuda del ejercito?, ¿Cuánto y cómo?, ¿Lo que hace el ejercito no lo puede hacer la autoridad civil en el corto plazo? Respondidas esas preguntas ya cabrá entonces el juicio de valor, Derecho al libre transito, a no ser detenido arbitrariamente, a no ser detenido sin la orden de un juez Vs. El derecho a la seguridad e integridad personales y la necesidad del Estado de prevalecer sobre el hampa.

En discusión sobre la defensa o desestimación de un derecho humano por parte de una comunidad a causa de un fenómeno social determinado no es mas que un juicio de valor entre un bien jurídico tutelado y otro, juicio que no puede darse efectivamente sin la información pertinente respecto a la política estatal que pretende acotar algún derecho fundamental.

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Calderón en California: Los Señordones y el Besamanos de Exportación

Posted on 19 febrero, 2008. Filed under: Eileen Truax -Los Ángeles | Etiquetas: , , , , |

Por Eileen Truax, Los Ángeles

A mí me chocan los títulos. Cuando alguien se pone el título antes del nombre con cualquier pretexto, tiendo a desconfiar. Y si son políticos, peor. En México hay esta idea -aunque yo pensaba que cada vez era menos popular- de que mientras más títulos tenga uno, más respetable es. Así que es común que un tipo que rutinariamente sería Juan, acabe siendo el «señor ingeniero» cuando lo presentan con algún otro, tal vez un Pedro que pide hacerse llamar «señor licenciado». En ambos casos existe una alta probabilidad de que ninguno de los dos tenga un título universitario.

Si Juan y Pedro se encuentran, digamos, en el Congreso, el título se convierte en «señor diputado» o «señor senador». Es importante la palabra «señor», que probablemente sea un intento de compensar la falta de duques, condes y marqueses en mi país. En el colmo del besamanos, hay quienes usan el «señor», acompañado del cargo y seguido por la palabra «don»: «Señor Embajador de México en Estados Unidos, Don Arturo Sarukhán».

Había olvidado cuánto me irrita el uso de titulejos hasta la semana pasada, cuando el dream team de la burocracia mexicana, léase el equipo de la Presidencia de la República, arribó a tierras angelinas con motivo de la visita del «Excelentísimo Señor Presidente de México, Don Felipe Calderón», a esta ciudad. Una muestra de que México es capaz de exportar burocracia, arbitrariedad, servilismo y paranoia de la más alta calidad, y de que los señordones de medio pelo sobreviven al cruce de ríos y fronteras cuando de besar la mano a un señordón mayor se trata.

Los primeros preparativos tuvieron lugar hace unas semanas. Los miembros del Estado Mayor presidencial, acompañados por tres o cuatro señordones de la Presidencia mexicana, otros tres o cuatro del Consulado de México en Los Ángeles, más el Servicio Secreto estadounidense, hicieron un recorrido por los sitios que visitaría Calderón durante su brevísima estancia de menos de 24 horas en la ciudad.

Hoteles y salones fueron evaluados minuciosamente. Las entradas fueron controladas. Los recorridos se verificaron una y otra vez. El grupo visitó la casa del alcalde Antonio Villaraigosa para revisar el espacio físico en donde se reuniría con Calderón. El equipo del alcalde trató de cuadrar los horarios para la celebración de una conferencia de prensa; los señordones de Presidencia decidieron que el Señor Presidente no estaría disponible para ello: Los Ángeles es el último punto del recorrido por Estados Unidos, dijeron; no queremos exponernos a que hagan una pregunta que deje una mala imagen de toda la gira.

Ese cuidado de la imagen del Señor Presidente fue constante. Calderón habló sólo lo indispensable y sólo en espacios donde el aplauso estaba garantizado. Se sintió cómodo entre la cúpula financiera de Nueva York, pero evitó permanecer más tiempo que el necesario entre grupos de mexicanos «de a pie». En el valle de Napa visitó una casa productora de vino y platicó con los dueños, quienes llegaron hace 20 años de Michoacán. Calderón bebió, platicó, rió, pero no salió a conversar con los trabajadores que piscan la uva; los señordones de Presidencia lo consideraron riesgoso.

La agenda para el evento en Los Ángeles se manejó con secrecía absoluta. La lista de invitados se elaboró con los nombres de 500 personas, entre ellos líderes sindicales, representantes del clero, empresarios estadounidenses y de origen mexicano. Y también contenía nombres de «representantes de la comunidad mexicana» que, se dijo, le harían llegar al Señor Presidente las inquietudes, las necesidades y, por qué no, los reclamos de quienes tuvieron que salir de su país gobernado por señordones que les negaron la oportunidad de labrar un futuro en su propia tierra.

Sin embargo los nombres incluidos fueron aquellos que bajo ninguna circunstancia incomodarían al visitante. Dirigentes de agrupaciones migrantes «fantasma» que durante el conflicto poselectoral en México en 2006 expresaron su apoyo a Calderón, y que hoy pasan una facturita consistente en un saludo de mano. Pseudolíderes migrantes que salieron de su pueblo con lo puesto, y que años después aspiran a regresar a él convertidos en diputados migrantes por el PAN, el partido del presidente -convertidos en señordones, pues. Presidentes de agrupaciones de oriundos a los cuales el gobierno panista les dio apoyos a través del programa 3×1 para construir una escuela en su pueblo, y que hoy continúan agradecidísimos como si ellos no hubieran tenido que poner una parte del costo, como si esa no fuera una obligación gubernamental. Reinas de belleza con títulos como «Señorita mi lindo Tupúmbaro USA 2008». Aplaudidores profesionales, «licenciados» e «ingenieros» a la mexicana, sacando sus celulares con camarita, estirando la mano para rozar los dedos del mandatario, cubriéndose de un halo señordón. Reminiscencias del viejo estilo priísta, del besamanos presidencial.

Las invitaciones se entregaron personalmente y a los invitados se les pidió discreción con respecto al lugar del evento. Debían llegar tres horas antes y pasar una revisión de seguridad, mientras un señordón del Consulado Mexicano palomeaba sus nombres en una lista, tal como se hacía en los acarreos del PRI de los años setenta. Adentro la espera fue de una hora más, para escuchar hablar a Calderón durante 25 minutos.

A la prensa no le fue mejor. No todos los medios fueron aceptados, y los que sí, fueron confinados al extremo posterior del salón. De 34 actividades en la gira, sólo 8 fueron abiertas a medios. Calderón dio poquísimas entrevistas, la coordinación de las mismas fue una locura. «No puedes grabarlo todo». «No puedes llevar fotógrafo». «Si vas a citar algo, avísale que lo vas a citar». «Por favor, llega una horas antes». Y el colmo: «¿Te puedes poner de pie cuando entre el Señor Presidente?».

No se vio en el evento de más de 500 personas una sola muestra de disidencia. No hubo un solo cuestionamiento. Un mariachi entonó «Caminos de Michoacán» mientras el presidente entraba y los aplausos llenaban el lugar. A través de los cristales se alcanzaban a escuchar las protestas en la acera de enfrente, cruzando una muralla de vehículos negros y patrullas y motocicletas y policía y Servicio Secreto y Estado Mayor Presidencial. Como un eco se escuchaba a los Juanes, Pedros, Luises y Marías que gritaban «No a la venta de Pemex», «Libertad a los presos políticos», «Justicia en Oaxaca y Atenco», «Presidente espurio» y «Ni una muerta más». Pero los señordones de medio pelo se encargaron de que nada de eso fuera escuchado por el Señor Presidente, Don Felipe Calderón.

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Tíbet: La Reencarnación a Referéndum

Posted on 18 febrero, 2008. Filed under: Témoris Grecko | Etiquetas: , |

Por Témoris Grecko / Ciudad de México 

En los días en que los monjes budistas de Birmania (Myanmar) llamaban la atención del mundo en su fracasado reto a la dictadura militar de su país, en el Tíbet los lamas enfrentaban a la policía china sin cobertura mediática. La censura de Beijing sólo nos ha permitido enterarnos de esto por rumores. A fines de los 80, las protestas contra la dominación de su país que miles de monjes y monjas encabezaron fueron reprimidas brutalmente. En esta ocasión, el origen del problema fueron tareas tipo «hágalo usted mismo» que los religiosos realizaban en sus templos: estaban pintando en las paredes símbolos auspiciosos por la entrega a su máxima autoridad espiritual, el dalai lama, del mayor reconocimiento civil de Estados Unidos, la Medalla Dorada del Congreso. Las autoridades chinas decidieron impedirlo. No es posible conocer el saldo de víctimas, ya que a pesar de que se están flexibilizando los controles a la prensa con miras a las Olimpiadas de 2008, el acceso a la información sobre el Tíbet continúa tan estrangulado como siempre.

Excepto por algunos datos. Que pueden ser sorprendentes. Tanto como un Partido Comunista al que le da un inesperado acceso de espiritualidad y misticismo. O como un dalai lama que propone cambiar las urnas de oración por las de votación.

En todos los países de tradición budista, los monjes son numerosos y omnipresentes. En China, en cambio, la revolución cultural de Mao Ze Dong logró reducirlos y marginarlos (excepto en el Tíbet). En Tailandia o Laos no pasa un día sin encontrar a decenas de ellos, pero en tres meses en el gran Reino del Medio, sólo vi a tres. «La religión es el opio del pueblo», dijo Marx, y el Partido se lo toma muy en serio. Por eso resulta extraño que haya decidido hacer aprobar una ley dedicada a regular el descubrimiento y manejo de las reencarnaciones de los «budas vivientes».

No hay ironía en el decreto: con toda seriedad, se establece que «la reencarnación de un Buda Viviente sin la aprobación del gobierno es ilegal».

Pero no estamos asistiendo a la fundación del comunismo esotérico. Desde hace 30 años, el Partido es más pragmático que ideológico y su apuesta es por adueñarse de la identidad del Tíbet.

Las grandes figuras del budismo tibetano son consideradas «budas vivientes», reencarnaciones de los grandes lamas del pasado. Tenzin Gyatso, el dalai lama de nuestros días, es la vida número 14 de un monje que nació en 1391. Tras la invasión china de 1949 y su escape a India en 1959, Gyatso ha sido la encarnación efectiva del alma de un Tíbet autónomo, con cultura y tradiciones propias. Los esfuerzos de Beijing por convertir a la región en otra entidad de los han (que son la etnia dominante en China) se topan con la resistencia pasiva de los tibetanos, motivados por la guía del dalai lama.

La nueva ley está destinada a dar sustento a una operación de control político que tuvo un ensayo general en 1995. En mayo de aquel año, el dalai lama anunció que la búsqueda de la undécima reencarnación de la segunda autoridad budista tibetana, el panchan lama, había tenido éxito y presentó a un niño de seis años. Fue la suerte y la desgracia del infante, porque nunca se volvió a saber de él después de que el gobierno chino anunció que lo rechazaba y que el proceso de identificación continuaría bajo la dirección de un miembro del politburó del Partido. El drama culminó con un grupo de jerarcas comunistas presidiendo una ceremonia en el gran templo Jokhang, de Lhasa, en la que los nombres de tres muchachos, grabados en piezas de marfil, fueron introducidos en una urna de oro de la que, entre inciensos y cánticos, fue extraído el que supuestamente correspondía al panchan lama reencarnado. A Mao lo hubiera fascinado verlos ahí, con hoz, martillo y velitas.

El presidente chino, Hu Jintao, creó su reputación actuando como temible secretario del Partido en el Tíbet. Sabe bien que no logrará conseguir la hanización de ese pueblo sin un dalai lama manejable. Por su parte, Tanzin Gyatso, que ya tiene 72 años, está tan consciente de la intención de Beijing de arrebatarles a los lamas la búsqueda  de su reencarnación (y, presumiblemente, también del riesgo de que el budismo tibetano sea liderado por décadas por un niño que debería nacer después de que él muera), que ha revirado con una propuesta tan poco apegada a las tradiciones religiosas como el buscar budas reencarnados lo está de los principios comunistas. La lucha por el dominio del Tíbet ha aplastado toda ortodoxia.

Para empezar, hace años anunció que tal vez no reencarnaría en el Tíbet, como dice el rito, sino fuera de China: el nuevo dalai lama nacería lejos del control del gobierno. La jugada del Partido amenaza, no obstante, con adelantar la mano. Así que Gyatso sacó un as inesperado, el de que su reencarnación podría ser designada por él mismo o por lamas de gran autoridad sin que haya necesidad de esperar a que muera. Todavía más: su último planteamiento es que no sean ni él ni el Partido, sino los tibetanos los que elijan/identifiquen al dalai lama reencarnado mediante votación en un referéndum.

Así no sólo estaríamos viendo la inauguración del materialismo karmático, sino también la de la teología democrática y la teoría de la doble vida simultánea. «Todo lo sólido se desvanece en el aire», es otra frase posmoderna de Marx. Pero la pronta selección de un sucesor podría darle al nuevo dalai lama la oportunidad de ganar legitimidad frente a los tibetanos antes de que el actual fallezca y se produzca un vacío que le dé a Beijing la oportunidad de robarles no sólo el país –el cuerpo–, sino también su representación –el alma–. La inauguración el año pasado del primer ferrocarril que une Lhasa con el resto de China, más allá de un hito tecnológico, es un poderoso impulso a la recolonización del Tíbet por los han, a la conversión de los tibetanos en minoría dentro de su propio territorio. A falta de perspectivas realistas de detener esa invasión demográfica y liberar el Tíbet, asegurar la permanencia de la figura de un dalai lama autónomo es la última esperanza de sobrevivencia para una gran cultura milenaria. Aunque parezca raro que los fieles voten para ver en qué niño reencarnó un señor que no se ha muerto.

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