Navidad, ¡qué cosa!

Posted on 20 diciembre, 2007. Filed under: Yolanda Yebra -Buenos Aires | Etiquetas: , |

Por Yolanda Yebra / Buenos Aires

Tengo tres pesos en el bolsillo. Estoy pelada. Sin pelas, digo. No me tenga lástima. Hace tiempo que aprendí a desprenderme de las cosas, cositas, cosillas. El dinero es eso, una cosa, la más volátil de todas después de la pólvora.

No fue fácil alcanzar esta situación tan desprendida. Tuve que instalarme en la Argentina de la crisis y repetir mil veces la palabra «cosa» para que perdiera el sentido. La palabra, no yo, se entiende. Aunque casi perezco en el empeño.

Tan apegada estaba yo a las cosas, que no me cabía en la cabeza que una de las primeras películas que vi sobre extraterrestres pérfidos y chupa vidas se llamara «La Cosa». Precisamente, a las cosas se les tiene cariño porque nos ayudan a conservar la memoria: tal y cual cosa la compré en aquel sitio, ese día, a equis hora; o me la regaló Mengano o Citana en determinada ocasión.

Hoy, después de veinte mudanzas en toda regla y en plena batalla por pertenecer a la clase media argentina (a lo que queda de ella) veo que mi reconversión no tiene mucho mérito. Son las cosas las que han ido desprendiéndose de mí. ¡Qué desgarro! Perder la memoria es algo terrible. ¡Lástima no ser caracol!

Por si fuera poco admitir que el logro no es mío, sino de mi peregrinaje y de mi asentamiento en estas pampas, inflacionarias y tacañas en oportunidades, ahora corre peligro todo mi afán por conservar el Nirvana «anticosa», inducido por mi relativa pobreza. Relativa porque depende desde qué punto se la mida, y no necesito que un melón me golpee en la cabeza para darme cuenta de lo afortunada que soy.

Corre peligro porque Papá Noel y los Reyes Magos me clavan sus miradas en los centros comerciales de Buenos Aires, abarrotados durante las veinticuatro horas que permanecen abiertos antes de que estos personajes irrumpan en la intimidad agnosta de mi departamento. A esos barbudos les importa un comino que me queden tres pesos en el bolsillo. Claro, son de cartón piedra.

Es Navidad y hay que echar la casa por la ventana para dar muchas cosas, porque uno sabe, intuye al menos, que recibirá otras tantas. Matizo: hay que comprar muchas cosas para hacernos a la idea de que ya podemos consumir gracias a que las cosas en Argentina están mejor. Y no me juzgue por dejar de lado el espíritu navideño e imaginar que soy el Grinch, que en Hollywood se atrevió a ser verde antes que Shreck.

Aunque faltan un par de vidas para llegar a la versión local del grandilocuente «España va bien», la clase media argentina necesita sosegar su ego adquisitivo, dolorido desde 2001, cuando un peso dejó de ser un dólar.

Para eso, nada mejor que ser parte de la marabunta que recorre los mil escaparates de la comercial avenida Santa Fe. Nada mejor que zambullirse en los 685 locales insomnes que acumulan el Abasto Shopping, el Alto Palermo Shopping, las Galerías Pacífico Shopping, el Patio Bullrich Shopping y el Paseo Alcorta Shopping. Shopping, shopping, shopping.

Pasmado con tanta oferta, el espíritu navideño nos lleva a gastar lo poco que nos queda. Muchos optimistas incluso dilapidan lo que no tienen, ordeñando a la tarjeta de crédito. Antes muertos que sencillos.

Camaleónica yo, hago mío el refrán «allí donde fueres haz lo que vieres». Así -después de desdoblarme en dos y de admitir mi envidia a los caracoles mientras me congratulo por ser tan desprendida-, sucumbo en la medida de mis posibilidades al delirio consumista de la época, agravando, en estas latitudes por juntarse con las vacaciones de verano. Playita, hotelito, comiditas…, esas cosas, cositas, cosillas que una necesita propinarse para creer que es feliz.

Para justificarme, deberé rumiar un: «¡Ala, venga, que la vida son dos días!». O esta otra frase, tan publicitaria ella: «Me lo merezco; para eso trabajé como una burra».

No sé; tal vez si repito la palabra «consumismo» la suficiente cantidad de veces, también pierda el sentido y se anestesie mi sentimiento de culpa. ¿O acaso creía que iba a redimirme como si tal cosa?

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4 respuestas to “Navidad, ¡qué cosa!”

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Creo que poco me falta para alcanzar ese elevado estado de purificación porq también tengo cerca de tres pesos en la bolsa y no me preocupa mucho q digamos, aun q pensándolo bien ya me voy a terminar con el aguinaldo en alguna tienda cercana jiji

Pero qué buen texto, Yolanda!!
A mí lo que me sorprende es que la locura consumista tenga que venir en Navidad. No termino de entender cómo es que la fecha que en la tradición cristiana debería tener un sentido más profundo –la segunda fecha en imporancia despues del domingo de Pascua- ha terminado reducida a santacloses y renos de nariz roja.
Me sorprende, por ejemplo, que la gente no salga de compras enloquecidas en su cumpleaños, o con la llegada del verano –aunque sé que en tu país coinciden… estás frita, querida-, pero sí en Navidad. Habría tantos otros pretextos para perder la razón y la decencia ante una máquina que acepte Master Card; y sin embargo ahí vamos, oyendo villancicos ad nauseum y empezando el año con deudas.
Acá en la muy plural Los Ángeles, con eso de que se juntan el Hanukkah judío, el Kwanzaa afroamericano y la Navidad, la tortura nos dura más de un mes.

Es increíble la tentación a la que uno cae. Las cosas que nunca hemos tenido de repente se visten de necesarias. Las ofertas hacen a las cosas todavía más seductoras. Llévame, llévame, dicen.

Hoy estuve de paseo por la Friedrichstrasse, la calle más popular de Berlín para hacer compras. Todos los berlineses estaban ahí. Dejaron sus barrios pobres o alternativos para volcarse al de los escaparates. Hay tiendas caras y baratas, hay necesarias e inútiles, y en cada puerta se ve como resplandece el botón verde de la «grüne Taste», la tecla verde que dice «OK» para aceptar el cargo a la tarjeta.

Este consumismo sorprende en Berlín porque es una ciudad con un desempleo del 15 por ciento, muy alto en comparación con todo el país o con muchos otros países. Los habitantes son en su mayoría artistas o estudiantes que no tienen un gran poder adquisitivo que votaron a un gobierno izquierdista y que también votan por amor a los Verdes.

Pero hoy todos están en las calles. Hoy es una ciudad de consumo.

Eso sí, esa fuerza de compra es canalizada para otras causas. Las ONG, las grandotas y las chiquitas, se apoderan del consumismo berlinés para pedir donaciones. En diciembre casi cada alemán manda dinero al tercer mundo, a los niños de la calle, a los desplazados de guerra, a los damnificados por catástrofes naturales. Todos estamos en la mira, no sólo alemanes. A mí me llegó un correo para donar para los damnificados de las inundaciones de Tabasco de noviembre pasado. El dinero se transforma entonces en «dinero bueno».

Quizás es un buen balance. Así uno se compra lo que quiere que no necesita, y se calma al llegar a casa diciendo en voz alta que también Aldri José en Colombia recibirá su operación.

Así las cosas…

Y.

PS. Y algo que nunca había visto es que muchos alemanes compran libros. La gente va caminando a las cajas cargando libros ocmo si fuera pan dulce. Casi ni pueden ver el camino. Y hacen filas de hasta media hora. Al menos el consumismo va dirigido a entender el mundo (o bien habrá que ver de qué son los libros que compran).

Lo dicho. El 24 de diciembre (desde las cero horas a las 5:00 h.), los locales de los grandes centros comerciales permanecieron abiertos. Vendieron 35% más que el año pasado, el mayor crecimiento interanual en 15 años.
Según informó la Confederación Argentina de la Mediana Empresa(CAME)la mayor parte de los consumidores abonó sus compras con tarjeta de crédito. Los medios la han denominado la noche del «hiperconsumo».


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